miércoles, 15 de diciembre de 2010



Las palabras son el vehíulo de contacto de nuestra
alma con la realidad. Gracias a ellas tomamos conciencia
y simbolizamos lo vivido. Las palabras nos
brindan además la posibilidad de significar toda
experiencia, desde lo aparentemente banal hasta
lo trascendente: las palabras nos ayudan a dar un
sentido a la vida.

Gracias a las palabras percibimos las diferencias,
los contrastes y nos acercamos al mundo. Con ellas
creamos y exploramos universos reales e imaginarios.
Son puente y camino para conocer y reconocer
al ser próximo, descubrir sus matices, su humanidad
y, cómo no, son también el vehíulo para
llegar hasta nosotros mismos. Paradójicamente
también las palabras nos ayudan a tomar distancia,
a ganar perspectiva, a desahogarnos. Nos permiten
acercarnos y alejarnos, gestionar distancias, entregarnos
o partir.
"La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad
de quien la escucha", dejó escrito Michel de
Montaigne. Las palabras nos pertenecen a ambas
partes en diálogo cuando éste es sincero, cuando
la escucha es atenta, cuando hay voluntad de
encuentro. En ellas nos encontramos y por eso
nos unen, nos llevan al intercambio, a la relación,
al encuentro y así es como nos hacen ver, sentir
y crecer.
Existen palabras que condensan experiencias,
sentimientos, anhelos, incluso una vida.
 
A menudo una voz amable y sincera es mucho
más terapéutica que cualquier medicamento. Un
gesto y una voz adecuada pueden cambiarnos el
humor en un instante. La palabra nos lleva a la
risa, a la alegría, a la ternura y al humor desde lo
más inesperado. La palabra sorprende, conmueve,
enternece y emociona.
Pero lo más milagroso que sucede con las palabras,
es que nos pueden curar. Con la palabra
podemos hacer nuestra alquimia interior: aliviar
dolores, lidiar con nuestras dudas, rabias y culpas,
concluir duelos, sanar heridas, convencer miedos,
soltar yugos, terminar quizás con esclavitudes interiores
y exteriores: liberar y liberarnos.

Hay palabras sencillas, inmediatas, adecuadas,
amables, que son un regalo. Expresadas desde la
espontaneidad, un adiós, un gracias, un por
favor, un te quiero pueden iluminar un momento,
y en según que circunstancias, ser el recuerdo
que da también sentido a una vida.

ÀLEX ROVIRA

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