domingo, 27 de febrero de 2011

La sonrisa

Una gran sonrisa puede traer felicidad tanto a tí como a la gente que te rodea, así como también a la gente que conoces. Imagina que una persona recibe un buenos días con una amplia sonrisa en el rostro. Cualquiera se sentiría al menos un poquito alegre gracias a este gesto. Pues bueno, hagamos nuestra parte para hacer de este planeta un lugar un poco más alegre. Sonriamos. 


1. Sonreír no cuesta nada y causa gran provecho.

2. Sonreír ayuda a mantener el buen humor, ayuda a la salud, a embellecer el rostro y a despertar buenos pensamientos.

3. Sonreír enriquece al que recibe esa sonrisa, sin empobrecer a quien la ofrece.

4. Nadie es tan rico que pueda pasarse, sin sentir la necesidad de sonreír.

5. Y nadie es tan pobre que no puede hacer un obsequio con su sonrisa.

6. Sonreír puede desterrar el aburrimineto y despertar la creatividad y el entusiasmo en las personas que se sienten opacadas, acomplejadas.

7. Sonreír es un verdadero antídoto, que la naturaleza tiene en reserva para todos y sin embargo una sonrisa es algo que no se compra, ni se presta, ni se roba, porque únicamente tiene valor en el preciso momento que se regala.

8. Si ves que te rehusan una sonrisa que creías merecer, sé generoso y ofrece la tuya. Nadie tiene tanta necesidad de una sonrisa como aquel que no sabe sonreír a los demás.

9. Sonreír aleja al más cobarde de todas las tentaciones, el desaliento.

10. La sonrisa és la línea curva que lo endereza todo.

¡Que no se desperdicie esa alegría fruto de tu amable sonrisa!

Por cierto... La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz.|

El camino

 
Sabemos que aún queda tanto camino y que tenemos que seguir. No és un camino sencillo, está lleno de piedras, de senderos y veredas. Muchas situaciones nos hacer bajar el ritmo y querer dejar el camino, pero hay que ser más fuerte que un simple dolor o tristeza, desesperación o decepción. El camino es largo, difícil y tiene un final, nos hace sonreír, llorar, entristecer y alegrar...

Abandona la debilidad, haz historia, levántate ante el dolor y lleva siempre contigo la Esperanza y la Imaginación, la cual le dará a tu camino el valor de terminar, de seguir, de luchar y de vencer.

"Aprende a sonreír aunque quieras llorar"

jueves, 24 de febrero de 2011

Un canto a la tolerancia



LOS COLORES DE MI HIJO de Indira Páez
Yo nací en una casa de lo más multicolor. Y no, no me refiero a las paredes. Esas eran blancas, como las de cualquier casa de Puerto Cabello en los setenta. Mi casa era multicolor por dentro. Y es que mi mamá es de piel tan clara, que sus hermanos la bautizaron “rana platanera”. Y mi papá era de un trigueño agresivo, con bigote de charro, sonrisa de Gardel y cabello ensortijado, estirado a juro con brillantina. La vejez lo ha desteñido, a mi papá. Como si la melanina se acabara con el tiempo. Como si los años fueran de lejía.
De esa mezcla emulsionada salimos nosotros, cinco hermanos de lo más variopintos. Mi hermano mayor, vaya usted a saber por qué, parece árabe. Ojos penetrantes, nariz aguileña, frente amplia y cabello rizado (cuando existía, pues ahora ostenta una calvicie de lo más atractiva).
Le sigue una hermana preciosa, nariz perfilada, pecas, ojos inmensos, sonrisa como mandada a hacer. Castaña clara y de cabello cenizo. Se ayuda con Kolestone, vamos a estar claros. Pero le queda de un bien que parece que hubiera nacido así. Al tercero, extrañamente, le decían “el catire”. Nunca entendí por qué, con ese cabello de pinchos rebeldes que crece hacia arriba. Eso sí, tan rana platanera como la madre. Yo soy trigueña como mi padre, y mi nariz delata algún ancestro africano por ahí. Y mi hermana menor es pecosa y achinada, como si en algún momento los genes se hubieran vuelto locos y por generación espontánea hubieran creado una sucursal asiática en la casa.
Así, los almuerzos en mi casa parecían más una convención de las naciones unidas que otra cosa. Claro que yo jamás me di cuenta de eso.
Para mí eran almuerzos, punto. Con el olor inenarrable de las caraotas negras de mi mamá y las tajadas de plátano frito que se hacían por kilos.
De chiquita nunca entendí por qué en el colegio de monjas un día una niñita me preguntó si mi papá era el chofer. Tampoco supe por qué no lo habían dejado entrar a cierto local nocturno muy de moda en los ochenta. Yo jamás me fijé en los colores de mi familia. Mi papá, mi mamá y mis hermanos, siempre fueron exactamente eso: mi papá, mi mamá y mis hermanos..
Cuando yo era chiquita pensaba que los colores los tenían las cosas, no la gente. No entendía por qué a algunos les decían negros si yo los veía marrones, y a otros les decían blancos si yo los veía como anaranjado claro tirando a rosa pálido. Y menos aún entendía por qué aparentemente y para muchos adultos, era mejor ser “blanco” que “negro”. Una vez mi papá se comió un semáforo y alguien le gritó: “¡negro tenías que ser!”. Yo me quedé estupefacta al descubrir que los “blancos” jamás se comían los semáforos.
Así las cosas, comenzó en mi adolescencia una suerte de fascinación por aquello de los colores de la gente, las etnias, las razas y esos asuntos que parecían importar tanto a la humanidad. Tanto, que hasta guerras entre países generaba. Tanto, que se mataba la gente por asuntos de piel. De genes. De células. De melanina.
Yo buscando vivencias reales, y con lo enamorada que soy, tuve novios marrones, rosados, amarillos y uno hasta medio verdoso. Me casé con un italiano y tuve una hija que parece una actriz de Zefirelli. Y finalmente me enamoré hasta los huesos y me casé otra vez. Con un marrón. Un marrón de esos que la gente llama “negro”.
Una tía abuela me dijo cuando me casé: “ni se te ocurra tener hijos con ese hombre, porque te van a salir negritos”. A mí no me cabía en la cabeza que a estas alturas de la historia universal, alguien pudiera hacer un comentario como ese. Pero mi tía tiene 84 años, y uno, a la gente de 84 años, le perdona todo. Hasta el racismo.
Como soy bien terca salí embarazada de mi esposo marrón. El embarazo fue una montaña rusa total, así que cuando nació mi hijo, sano, con diez deditos en las manos y diez en los pies, un par de ojos, orejas, boca, nariz y gritos, yo estallaba de felicidad. Y cuando uno estalla de felicidad, no escucha nada.
Pero resulta que han pasado cinco meses, y aunque sigo felicísima, se me ha ido pasando la sordera. Y como soy tan bruta, no termino de entender cómo es que tanta gente, que no solo mi tía la de 84, me pregunta “¿y de qué color es el niño?”. Sí, sí, así mismo. “¿De qué color es?”. Les importa muchísimo ese detalle a algunos. Tal vez a demasiados. Una amiga de España. Una antigua vecina. Una ex compañera de colegio. Una gente cualquiera que no tiene 84 años. Una gente que, que yo sepa, no pertenece al partido Neo Nazi, ni milita en el Ku Klux Klan, ni es aria, ni tiene esvásticas en la ropa. Una gente que se ofende si uno les dice racista. Llegan así, llaman, escriben. Y lo primero que preguntan, antes de esas típicas preguntas de viejita (“¿Cuánto pesó?” ¿Cuánto midió?” “¿Lloró mucho?”), es ¿y de qué color es?”.
Y la verdad, lo confieso, a riesgo de quedar como una madre desnaturalizada, es que yo no me había fijado de qué color era mi hijo. Porque cuando nació mi hija la italianita nadie me preguntó eso.
Entonces no pensé que era tan importante saberse el color del hijo. Yo me sabía la fecha de su primera sonrisa. Me sabía cuándo se le puso la triple, cuándo comió papilla por primera vez. Sabía que tenía tres tipos de llanto (uno de hambre, uno de sueño y uno de ñonguera). Sabía que por las noches le gustaba quedarse dormida en mi pecho. Cosas, pues, intrascendentes. Igual con mi bebé. Ya me sé sus ojos de memoria, por ejemplo. A veces están a media asta y es que tiene sueño, pero lucha porque no quiere perderse nada. Me sé sus saltos cuando quiere que lo cargue. La temperatura de su piel, el olor de su nuca.
Pero el domingo pasado me encontré a una ex compañera de trabajo que no veía desde mi preñez, y ¡zuás!, me lanzó la pregunta. ¿Ya nació tu hijo? ¿Y de qué color es?”. Me agarró desprevenida, y no supe qué responderle, pero me prometí a mí misma averiguarlo, ya que a tanta gente parece importarle el asunto. Debe ser que es algo vital, y yo de mala madre no he prestado atención a la epidermis de mis críos.
Así que ante tanta curiosidad de la gente, me he puesto a detallar los colores de mi hijo. Y resulta que mi bebé es un camaleón. Sí, de verdad. Cambia de colores. A las cinco y media de la mañana, cuando se despierta pidiendo comida, es como rojo. Un rojo furioso y candelero.
Después se pone como rosadito, y se ríe anaranjado. A veces pasa el día verde manzana, y me provoca darle mordiscos por todos lados.
Cuando lo baño, y chapotea con el agua, se vuelve como plateado, una cosa increíble. Cuando se le cierran los ojitos del sueño, es amarillo pollito y provoca acunarlo y meterlo bajo las dos alas acurrucadito.
Finalmente se duerme y, lo juro por Dios, se pone azul. Y brilla en la oscuridad.
Ese es mi hijo, multicolor. Sé que va a ser un poco difícil llenarle la planilla del pasaporte, o contestarles a las ex compañeras de colegio cuando pregunten de qué color es mi hijo. Pero eso es lo que hay. Lo juro. Mi hijo es color arcoiris.

miércoles, 23 de febrero de 2011

¡No te impidas ser feliz!

Dedicada a tú, feliç aniversari perleta!



Muere lentamente quien no viaja,
quien no lee,
quien no oye música,
quien no encuentra gracia en sí mismo.
Muere lentamente
quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.
Muere lentamente
quien se transforma en esclavo del hábito
repitiendo todos los días los mismos
trayectos,
quien no cambia de marca,
no se atreve a cambiar el color de su
vestimenta
o bien no conversa con quien no
conoce.
Muere lentamente
quien evita una pasión y su remolino
de emociones,
justamente estas que regresan el brillo
a los ojos y restauran los corazones
destrozados.
Muere lentamente
quien no gira el volante cuando esta infeliz
con su trabajo, o su amor,
quien no arriesga lo cierto ni lo incierto para ir
detrás de un sueño
quien no se permite, ni siquiera una vez en su vida,
huir de los consejos sensatos...
¡Vive hoy!
¡Arriesga hoy!
¡Hazlo hoy!
¡No te dejes morir lentamente!
¡NO TE IMPIDAS SER FELIZ!

Pablo Neruda

martes, 22 de febrero de 2011

3 preguntas o 3 desafíos a los que hay que hacer frente


¿Quién soy? Supone enfrentarse al encuentro con uno mismo, mirarse cara a cara en el espejo, con paciencia y cariño infinitos. Requiere el esfuerzo del autoconocimiento, de volverse hacia dentro, de contrastar los propios deseos, las fortalezas y las debilidades. Exige comprometerse con la construcción de la propia vida a través de las decisiones que vamos tomando, elegir y rechazar opciones, discernir nuestros deseos de las expectativas que otros han vertido sobre nosotros, responsabilizarse, hacerse cargo, saberse protagonista de la propia vida (que no actor único). Avanzar en el camino de la autodependencia

¿Adónde voy? “La felicidad es la tranquilidad de quien sabe con certeza que está en el camino correcto” (Bucay, 2008, p.125). Lo importante es saber el rumbo, conocer mi norte, para así encaminar mi energía hacia la acción adecuada, desde un optimismo realista. Hay quienes equivocan el rumbo y optan por el éxito o el poder como único objetivo, la persecución del placer instantáneo, la huida sistemática del dolor y los problemas, etc. Si hay rumbo es posible encontrar el sentido a las distintas experiencias que vamos teniendo.

¿Con quién? “Las semejanzas llevan a que nos podamos encontrar. Las diferencias permiten que nos sirva estar juntos”. En el camino de realizarnos como personas iremos teniendo encuentros que no siempre acabarán siendo relaciones íntimas; pero sólo éstas últimas cobran verdadero sentido en dicho camino. Para que se dé intimidad debe existir, independientemente de que hablemos de un amigo, una pareja o un hermano: amor (cariño, afecto), confianza (un grado de sinceridad que excluye la mentira) y atracción (me tiene que gustar lo que el otro es).  Y estas relaciones pueden durar toda la vida o tener fecha de caducidad por lo que será muy importante aprender a elaborar los duelos, aprender a desprenderse y no aferrarse ni a nada ni a nadie.

Tres grandes desafíos que hay que enfrentar por ese orden. Necesito saber quién soy para poder elegir mi rumbo y una vez en el camino estar abierto a encuentros que puedan convertirse en relaciones íntimas y aportar sentido a mi existencia.
¿Te has enfrentado a estas tres preguntas?… ¿A qué esperas?

Bucay, Jorge (2008): Las tres preguntas: ¿Quién soy? ¿Adónde voy? ¿Con quién? Barcelona: RBA.

lunes, 21 de febrero de 2011

Las cosas no siempre son lo que parecen.



Estas 20 paradojas contienen la esencia de grandes principios universales que si los tenemos presentes nos pueden reportar mucha paz y nos ayudan a enfocar la vida con más sabiduría y equilibrio.

El mundo necesita  “más Platón y menos Prozac”. Empecemos a aplicarlo:

1. Paradoja de los Sentimientos (y la Lógica): “El corazón tiene razones que la razón no entiende” (Pascal).
2. Paradoja de la Ceguera: “Lo esencial es invisible a los ojos. Sólo se ve con el corazón” (El Principito).
3. Paradoja de la Improvisación: “La mejor improvisación es la adecuadamente preparada”.
4. Paradoja de la Cultura:  “La televisión es una fuente de cultura, cada vez que alguien la enciende me voy a la habitación de al lado a leer un libro” (Groucho Marx).
5. Paradoja de la Ayuda: “Si deseas que alguien te haga un trabajo pídeselo a quien esté ocupado; el que está sin hacer nada te dirá que no tiene tiempo”.
6. Paradoja del Dinero: “Era un hombre tan pobre, tan pobre, tan pobre, que lo único que tenía era dinero”.
7. Paradoja del Tiempo: “Vete despacio que tengo prisa”.
8. Paradoja de la Tecnología: “La tecnología nos acerca a los más lejanos y nos distancia de los más próximos” (Michele Norsa).
9. Paradoja del Sentido: “No llega antes el que va más rápido sino el que sabe dónde va” (Séneca).
10. Paradoja de la Felicidad: “Mientras que objetivamente estamos mejor que nunca, subjetivamente nos encontramos profundamente insatisfechos” (José Antonio Marina).
11. Paradoja de la Sabiduría: “Quien sabe mucho, escucha; quien sabe poco, habla. Quien sabe mucho, pregunta; quien  sabe poco, sentencia”.
12. Paradoja de la Generosidad: “Cuanto más damos, más recibimos”.
13. Paradoja del Conocimiento: “El hombre busca respuestas y encuentra preguntas”.
15. Paradoja de lo Cotidiano: “Lo más pequeño es lo más grande” .
16. Paradoja del Silencio: “El silencio es el grito más fuerte” (Shopenhauer).
17. Paradoja del Experto: “No hay nada peor que un experto para evitar el progreso en un campo”.
18. Paradoja de la Riqueza: “No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita”.
19. Paradoja del Cariño: “Quien bien te quiere te hará sufrir”.
20. Paradoja del Disfrute: “Sufrimos demasiado por  lo poco que nos falta y gozamos poco de lo mucho que tenemos” (Shakespeare).

martes, 15 de febrero de 2011

¿Por qué gritamos?

Cuenta una historia tibetana, que un día un viejo sabio preguntó a sus seguidores lo siguiente:
-¿Por qué la gente se grita cuando están enojados?

Los hombres pensaron unos momentos:

-Porque perdemos la calma –dijo uno– por eso gritamos.

-Pero ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado? –Preguntó el sabio– ¿No es posible hablarle en voz baja? ¿Por qué gritas a una persona cuando estás enojado?

Los hombres dieron algunas otras respuestas pero ninguna de ellas satisfacía al sabio.

Finalmente él explicó:

-Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia deben gritar, para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.

Luego el sabio preguntó:

- ¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran?

Ellos no se gritan, sino que se hablan suavemente ¿Por qué? Sus corazones están muy cerca.

La distancia entre ellos es muy pequeña.

El sabio continuó –Cuando se enamoran más aún, ¿qué sucede? No hablan, sólo susurran y se vuelven aun más cerca en su amor. Finalmente no necesitan siquiera susurrar, sólo se miran y eso es todo. Así es cuan cerca están dos personas cuando se aman.

Luego dijo:

-Cuando discutan no dejen que sus corazones se alejen, no digan palabras que los distancien más, llegará un día en que la distancia sea tanta que no encontrarán más el camino de regreso.

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La intensidad del grito está marcando la gran distancia que existe entre dos personas.

¿Cuándo sería lógico gritar? Cuando hay una distancia física considerable o un espacio concreto que hacen que el tono normal de la voz, sea inaudible.

¿Por qué entonces gritamos a alguien que está enfrente a nosotros, en el mismo cuarto, en el mismo ambiente, a 10 cm. de nuestro rostro?

Le grito porque yo no me puedo escuchar, dada mi alteración emocional. Creo que los demás tampoco pueden hacerlo. En mi adormecimiento menosprecio la capacidad de los otros.

La próxima vez que griten, reflexionen sobre la distancia que están marcando con respecto al otro ser, que tienen enfrente.

Cuanto más se amen con alguien, sobran las palabras; y esas pocas que se digan, son expresadas con absoluta dulzura y amabilidad, valorándolas justamente por ser pocas y preciadas.

Desde el grito hasta el chisme, desde el rumor hasta la conversación frívola, poco creativa y finalmente intrascendente, estamos perdiendo en las relaciones humanas ocasiones preciosas de fundirnos a través de la mirada en el alma del otro, de abrazarlo, acariciarlo, besarlo, haciendo que la personalidad se duerma y que el ser se funda en el otro en forma sublime.

Nuestras mentes adictas al ruido, no se permiten el espacio de sanación que sólo da el silencio. ssshhhhh

lunes, 14 de febrero de 2011

SIMPLICIDAD Y DESAPEGO


No hay mayor verdad en este mundo que
venimos sin nada y también nos vamos sin nada.

Este relato nos recuerda lo esencial en la Vida y aunque no todos aboguemos por la simplicidad radical, siempre es positivo cultivar un sano DESAPEGO.
Existe una vieja historia sobre un famoso rabino que vivía en Europa que fue visitado un día por un hombre que había viajado en barco desde Nueva York, para verlo.
El hombre llegó a la morada del rabino, una gran casa en un calle de una ciudad europea y fue llevado a la habitación del rabino que estaba situado en el ático.
Cuando entró, vio que el maestro vivía en una habitación equipada con una cama, una silla y unos pocos libros.
El hombre se esperaba mucho más.
Tras saludarle, le preguntó: “Rabino, ¿dónde están sus cosas?”.
El rabino preguntó: “¿Y las suyas?”.
El visitante replicó: ” Pero, rabino, yo estoy de paso”.
Y el maestro respondió: “Yo también”.

Amar plenamente y vivir bien exige que reconozcamos, finalmente, que no poseemos o que no somos dueños de nada: de nuestras casas, de nuestros coches, de nuestros seres queridos, ni siquiera de nuestros cuerpos.

El gozo espiritual y la sabiduría
no son fruto de las posesiones,
sino de nuestra capacidad de abrirnos,
de amar más plenamente,
de movernos y ser libres en la vida.

sábado, 12 de febrero de 2011

APRENDÍ


Soy todo lo que viví
y el resto de lo que fui
lo aprendí con el tiempo
Con ganas de estar aquí
pa’ más que sobrevivir
sé que soy lo que sueño
y todo lo que aprendí.
Lo aprendí de vivir
de borrar, de escribir
de tocar el cielo y de caer
con ganas de volver
Aprendí de llorar
de reír, de soñar
de ir al fin del mundo y regresar
con ganas de volar
Aprendí de latir, de querer
y de seguir libre.
Sin calles con callejón
ni ojal en el corazón
mi lección preferida
El rato que no te di
es tiempo que te perdí
es lección aprendida.
Aprendí de vivir
de borrar, de escribir
de tocar el cielo y de caer
con ganas de volver
Aprendí de llorar
de reír, de soñar
de ir al fin del mundo y regresar
con ganas de volar
Aprendí de latir, de querer
y de seguir libre.
libre
con mucho por vivir
con tanto que decir
con ganas de tener más tiempo
para repetir
libre de tropezar
libre de no parar
libre de pelearme un mundo libre
Y todo lo que aprendí de tu corazón
soy una parte de ti y
Aprendí de vivir
de borrar, de escribir
de tocar el cielo y de caer
con ganas de volver
Aprendí de llorar
de reír, de soñar
de ir al fin del mundo y regresar
con ganas de volar.

Rosana

jueves, 10 de febrero de 2011

El valor de la lucha


Un hombre encontró un capullo de mariposa y se lo llevó a su casa, para poder ver a la mariposa cuando saliera del capullo. Un día vio que había un pequeño orificio y entonces se sentó a observar por varias horas, viendo que la mariposa luchaba por abrirlo más grande y poder salir.
El hombre vio que la mariposa forcejeaba duramente para poder pasar su cuerpo a través del pequeño agujero, hasta que llegó n momento en el que pareció haber cesado de forcejear, pues aparentemente no progresaba en su intento. Parecía que se había atascado. Entonces el buen hombre decidió ayudar a la mariposa y con una pequeña tijera cortó el lado del agujero para hacerlo más grande, de manera que la mariposa pudiera salir del capullo.
Sin embargo, al salir ella, tenía un cuerpo muy hinchado y las alas pequeñas y dobladas. El hombre esperaba que las alas se desdoblaran y que el cuerpo se contrajera al reducir lo hinchado que estaba, pero no sucedió ninguna de las dos situaciones y la mariposa solamente pudo arrastrarse en círculos, con su cuerpecito hinchado y las alas dobladas.
NUNCA PUDO LLEGAR A VOLAR.
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Lo que el hombre en su bondad no entendió, fue que la restricción de la apertura del capullo y la lucha requerida por la mariposa para salir por el diminuto agujero, era la forma en que la naturaleza forzaba fluidos del cuerpo de la mariposa hacia sus alas, para que estuviesen grandes y fuertes y luego pudiese volar y obtener la libertad, y poder volar era algo que solamente podía llegar después de la lucha.
Algunas veces lo que necesitamos en la vida es la lucha. Si pusiésemos progresar sin obstáculos, nos convertiríamos en inválidos, no podríamos crecer.
       ¿Cuantas veces hemos querido tomar el camino fácil para salir de dificultades, tratando de usar “tijeras” para recortar el esfuerzo que nos conducirá al éxito?
Solo a través de nuestros esfuerzos y caídas saldremos fortalecidos.

miércoles, 9 de febrero de 2011

El cuento del sapito

¿Es difícil ir contracorriente?
¿Alguna vez cuando haces algo diferente al entorno te sientes incomprendido e incluso presionado para dejarlo y volver a la manada?
¿Surgen dudas cuando tenemos que elegir entre nuestro corazón y el riesgo, y lo convencional y seguro?

Personalmente creo que las respuestas a esas preguntas es SÍ y el antídoto es:

Hacer como este sapo...

Érase una vez una carrera de sapos en el país de los sapos. El objetivo consistía en llegar a lo alto de una gran torre que se encontraba en aquel lugar. Todo estaba preparado y una gran multitud se reunió para vibrar y gritar por todos los participantes.
En su momento se dio la salida y todos los sapos comenzaron a saltar. Pero como la multitud no creía que nadie llegara a la cima de aquella torre pues ciertamente, era muy alta, todo lo que se escuchaba era: “no lo van a conseguir“, “qué lástima, está muy alto, es muy difícil, no lo van a conseguir“.
Así la mayoría de los sapitos empezaron a desistir. Pero había uno que persistía, pese a todo, y continuaba subiendo en busca de la cima.
La multitud continuaba gritando: “es muy difícil, no lo van a conseguir“, y todos los sapitos se estaban dando por vencidos, excepto uno que seguía y seguía tranquilo cada vez con más fuerza.
Finalmente fue el único que llegó a la cima con todo su esfuerzo. Cuando fue proclamado vencedor muchos fueron a hablar con él y a preguntarle como había conseguido llegar al final y alcanzar semejante proeza. Cual sería le sorpresa de todos los presentes al darse cuenta que este sapito era sordo.
Sé siempre sordo cuando alguien duda de tus sueños.

Es hora de que elijamos la sordera consciente y que cada uno haga lo que le corresponda y le dicte su interior.

jueves, 3 de febrero de 2011

Una simple oración

 
Quiero ser: un instrumento de paz:
donde haya odio, que yo lleve el amor,
donde haya ofensa, que yo lleve el perdón,
donde haya discordia, que yo lleve la unión,
donde haya duda, que yo lleve la fe,
donde haya error, que yo lleve la verdad,
donde haya desesperación, que yo lleve la esperanza,
donde haya tristeza, que yo lleve la alegría,
donde haya tiniebla, que yo lleve la luz.
Que yo nunca busque
ser consolado, sino consolar,
ser comprendido, sino comprender,
ser amado, sino yo amar.
Porque es dando como se recibe,
es perdonando, como se es perdonado,
es viviendo y muriendo como se aprende.